La “quitapenas”
Qué responsabilidad, tan chiquita y cargando el propósito
de quitar las penas. Pero si no existen
las penas chiquitas! Las penas son
siempre pesadas, mojadas y enormes. No importa si lo que las causa es una
nimiedad -una bolita de vidrio preferida que se extravió, una copa de cristal
que se rompe o una gorra preferida olvidada en un taxi- la pena causada cae como cuchilla cuneiforme a
la altura del pecho y lo perturba todo.
Pero en esos casos la quitapenas esta allí, debajo de mi
almohada, como me indico mi amiga Leda. Me
protege y me hace sentir que no estoy sola (uno se yergue en ese cordón de la
vereda del destino, blandiendo una felicidad horizontal cuando percibe que han
pasado meses desde la última vez que tuvo que esconder sollozos en una
almohada). De soslayo y casi ignorando su propósito uno trata de no precisarla,
no recordarse de su existencia para así ahuyentar cualquier dolor. Pero ahí está,
en mi mesa de luz quietita y paciente, esperando ser llamada. A veces se me antoja que quisiera regalarle
unas manos tan pequeñas y expresivas como sus ojos sonrientes. Los colores de
su falda ajustados su cuerpecito por un hilo apretado, que unas manos agiles y
morenas enroscaron con seguridad, me enternecen.
Quitapenas! Quien te ajusto tu pañuelito azul, quien te vistió
con tuniquita roja? Ese día, le
guardaste sus penas?
Por Monica Capelluto
Diciembre 2012
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