Ver el destino en la cartas es, como quien dice, una experiencia.
Si un árbol se quema y otro florece pensaré que hay cambios, hay muerte y una
vida siempre nueva. Si otro árbol sumerge sus raíces en la tierra y toca con
sus ramas el cielo sabré que puedo ver más allá y detrás, sin olvidar de dónde
vengo. Y todo está muy bien hasta que aparece el guarda del deseo, ese temible
ser de rostro feroz, empotrado entre dos mundos que me mira y parece decirme
no. Claro que el pez, ese salmón enorme con la nuez en la boca me devuelve la
esperanza de un camino en las aguas quietas del río, y me río también yo, porque
en el fondo, en el del río o en el de mí misma todo fluye en espiral, como la
de la última carta, esa suerte de laberinto, círculos concéntricos que giran
sin parar.
MSoledad